domingo, 5 de septiembre de 2010

Renunciar a un deseo humano


«…cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.» (Lucas 14, 25-33)

La vida del ser humano es social por sobre todas las cosas, y a lo largo de su historia se ven de distintas formas la expresión de su personalidad en el carácter, y en todo aquello que a través de su cuerpo se da a conocer en el entorno. En esa forma de expresión que se puede observar ‘qué se persigue’ en las distintas cosas a las que se dedica tiempo. En cada cuestión que lleva a perseguir algo, conviven aspectos que no solo distinguen las personalidades, sino también una cualidad que colabora en la orientación del desarrollo de las conductas: el deseo. Sin entrar en la variedad de interpretaciones sobre el concepto de deseo, creo que estaremos de acuerdo en entender al deseo como aquella fuerza motivadora que nos lleva a hacer las cosas que hacemos. Este deseo nos conduce en la vida a través de los caminos del ser y del tener. Cuando hablamos de ser, hablamos de ‘ser como alguien’… y cuando hablamos de tener, hablamos de ‘tener-poseer a alguien-algo’; de modo que a lo largo de nuestra vida nos dedicamos -a través del deseo- a la búsqueda de ser como (identificaciones con los modelos), y a hacer lo posible para poseer algo-alguien.
A medida que vamos desarrollando nuestra historia, nos vemos atravesados por aquello que orienta nuestras conductas, y que nos hace sostenedores del sistema de creencias que regula los gustos e intereses instituidos en nuestra convivencia. Jesús interviene en este mundo y sin desconocer estos atravesamientos que condicionan la vida del ser humano, propone una reorganización de las relaciones interpersonales. Esta propuesta-acción de Jesús busca un cambio interior muy profundo (no basta con cambios exteriores, dado que los cambios exteriores pueden ser apariencias, engaños y hasta mentiras). El cambio debe nacer en el corazón mismo, en lo profundo de los sentimientos, a llí donde opera el mismo deseo. Jesús va a exclamar, casi como una sentencia: ‘el que no renuncie a lo que posee no puede ser mi discípulo’ (Lc 14,33). Esta renuncia no se dirige a un acto externo (venta de posesiones, o abandono del sustento), se dirige puntual y precisamente a una cuestión interna del ser humano: aquel deseo que motiva un comportamiento que conduce al perjuicio, abandono u olvido de las necesidades que sufren las personas.
Si se tratara solo del renunciar a ‘posesiones’ externas, la salvación sería comprendida como un proyecto individual y aislado del entorno. Tardará muy poco tiempo en diluirse lo poco que poseemos en medio de las necesidades del entorno, y sin dudas las necesidades no solo perdurarían, sino que seguirían incrementándose. En esta manera de interpretar hay dos cuestiones que no son coherentes con la salvación de Dios en Jesucristo: una es que la salvación no es solamente individual (si renuncio a mis posesiones ya tengo garantizada mi salvación); y en segundo lugar el proyecto de salvación constantemente establece una relació ;n de servicio y solidaridad con la necesidad del entorno (para lo cual es necesaria una motivación distinta a la que propugna el individualismo). Hay que acentuar el significado de la acción de renuncia, antes que el de posesiones. Si algo hace la presencia de Cristo entre nosotros/as, es afectar nuestros corazones, y lo hace dándonos una nueva fuente de motivación, distinta a la que por naturaleza tiene el ser humano. Esto no quiere decir que se debe suprimir el deseo, dado que eso sería equivalente a la muerte; tal vez por esta razón San Pablo relaciona al bautismo con la muerte del ‘hombre viejo’ y el nacimiento del ‘hombre nuevo’ (Rom 6). Morir al pecado podría ser un equivalente de renunciar a lo que poseemos. Si hay que renunciar a algo, es a aquello que nos conduce al desinterés por poner nuestra vocación al servicio de la satisfacción de las necesidades de los demás, y hay que tener presente que ‘los demás’ también son seres humanos y tienen los mismos atravesamiento que todos/as, de modo que para lograr progresivamente estos renunciamientos es necesario reeducarnos (y no solamente deshacernos de unas ‘monedas’).
Es tiempo de reflexionar esta renuncia que nos pide Cristo en nuestra convivencia social, son evidentes los deseos que motivan un comportamiento que nos conduce al perjuicio, abandono u olvido de las necesidades que sufren los demás, necesitamos reeducar nuestras responsabilidades como autoridades, como organizaciones, como pueblo, para progresar en salud y libertad.

(Fabian Pare)

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