viernes, 25 de marzo de 2011

LEVANTAR LA MIRADA PARA VERNOS UNIDOS


«Nuestros padres adoraron en esta montaña,
y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar…» Juan 4,5-42


El relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, contiene un paradigma de lectura del estilo de convivencia organizacional del pueblo, estilo que por la condición de pecado del ser humano, lleva a la división y enemistad. Tengamos en cuenta que el relato hace referencia a generaciones posteriores a las que protagonizaron la división y enemistad entre los pobladores de Samaria y de Jerusalén. El pozo de Jacob carga con el símbolo de la atención que Dios ha dado al pueblo abasteciéndolo de agua, sin agua la vida orgánica estaba condenada a muerte, de ahí la comprensión de que si el pozo no se secaba Dios seguía proveyendo y asistiendo al pueblo, convirtiéndose en símbolo que justificaba las razones que hubieran para sostener las diferencias con los pobladores de Jerusalén. El pueblo de Samaria veía en Jacob un modelo de expectativa mesiánica, distinta a la expectativa que se tenía en Jerusalén. Cada grupo de la población esperaba ver realizada su expectativa mesiánica, por supuesto, en su grupo y no en el del otro. Esto llevó a una larga historia de divisiones y peleas, de violenta indiferencia e interminables especulaciones y confabulaciones. La llegada de Jesús al pozo de Jacob y al pueblo de Samaria deja en claro que es necesario levantar la mirada más allá de las razones que justifican la división: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre” (Jn 4,21). Hay que dejar de sostener nuestras propias creencias que alimentan la enemistad entre nosotros/as, y comprender que el Mesías de Dios pretende llegar a todos/as.

Nosotros/as, hoy en día, no escapamos de este paradigma de convivencia que nos lleva a ubicarnos en un grupo que está enfrentado a otro/s. Mayormente se trata de grupos armados por otros/as, en la actualidad o en generaciones anteriores a la nuestra, y cada grupo justifica hasta religiosamente su postura, y como es imaginable, espera el cumplimiento de su expectativa deseando que Dios ratifique la postura y razones propias para hacer lo que se hizo. ¿Cuáles son los símbolos sobre los que nos apoyamos para justificar nuestra postura frente a los demás grupos?, ¿Templos?, ¿Ritos?, ¿Doctrinas?, ¿Nombres de personas?, ¿Modelos?, ¿Visiones o visionarios/a s? Nada de esto garantiza la ausencia de discriminación, división, peleas, indiferencias, especulaciones y confabulaciones. ¿De qué se tratará el planteo que Jesús hace de que la verdadera adoración debe hacerse en Espíritu y en Verdad? (Jn 4,23). ¿Acaso nosotros/as no adoramos en espíritu y en verdad? Claro que lo hacemos, pero al igual que los de Samaria y Jerusalén, lo hacemos en el espíritu y en la verdad de nuestro grupo. Para orientarnos a la adoración, a la que se refiere Jesús, será necesario levantar la mirada más allá de los intereses de nuestro grupo y trabajar por la reconciliación. Trabajar por conciliar los ánimos desunidos es la adoración que tra sciende las visiones, modelos, el nombre de personas, ritos y Templos. El alimento del Hijo de Dios es cumplir la voluntad del Padre (Jn 4,34), y esto consiste en conciliar los ánimos desunidos y no favorecer los intereses de un grupo por sobre otro. El alimento de los grupos cristianos no puede ser distinto al de Jesús, dado que todo lo que acreciente la desunión de los ánimos va en contra de la voluntad de Dios. Esta es una nueva manera de comprender la expectativa mesiánica, donde estamos llamados/as a reconciliarnos, sobre todo con aquellos/as con quienes heredamos división y enemistad.

Generalmente cuando los grupos -sobre todo los cristianos- se predican a sí mismos, no hacen más que seguir reproduciendo lo que sentían los pobladores de Samaria y Jerusalén antes de Jesucristo, es una manera de ir predicando un dios a su propia imagen y semejanza. Sin embargo si se predica a Cristo, es decir a la reconciliación, se va más allá de las propias creencias, confiando desde la fe en la salvación que Dios realiza. El pueblo no puede quedarse con lo que alguien dice sobre el mesías, debe llegar a creer por haberse encontrado con el mesías (Jn 4, 39-42). No podemos aspirar a que el pueblo se encuentre con nosotros/as solamente, porque la salvación no está en nosotros/as, ni en nuestros ritos, ni en nuestras visiones y modelos, ni en nuestros Templos, el pueblo necesita encontrarse con Jesucristo, es decir con la reconciliación, ese es el camino de salvación.

Fabián Paré - Red de Liturgia

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